Tal como decían en aquella película: “En Nueva York, siempre estamos buscando trabajo, novio o apartamento”. Creo que no es exclusivo de Nueva York y sucede en todas las grandes ciudades, pero en ésta finalmente había encontrado uno que podía pagar sin tener que dejar de comer; así que debía mudarme cuanto antes.
El lugar es viejo, minúsculo y un completo desastre. Cuando estaba por rentarlo la dueña a quien solo le importaba firmar para empezar a recibir el alquiler, propuso la “maravillosa” idea de permitirme usar los muebles que considerara útiles y todo aquello que no quisiera podía libremente tirarlo a la basura. Vaya manera de engañarme para ponerme a limpiar aquel chiquero que daba la impresión de haber sido abandonado justo el día en el que se iban a mudar. El lugar estaba lleno de cosas que parecían personales pero guardadas en cajas sin aparente orden.
Decidí que era una buena idea pasar todo mi domingo limpiando y organizando aquel desastre y la meta sería por lo menos limpiar mi futura recámara.
Cuando llegue, un chico de administración se presentó conmigo para entregarme una pequeña llave y tengo que confesar que en un inicio no entendía porqué me estaba entregando eso. Hoy en día nadie envía cartas; así que ni siquiera había notado que a mis espaldas, en aquel lobby había un mueble con pequeñas puertas que era los buzones de los departamentos. Me pareció antiguo y romántico, sacado de otra época, así que me invadió la curiosidad y una extraña ansiedad me hizo querer abrir el mío.
Aquel chico de administración no dejaba de verme, supongo pensando que de manera juiciosa estaba probando si la llave funcionaba, pero su rostro, que las pocas veces que había visto siempre transmitía calma, se llenó de angustia en el momento en el que vió que sacaba una carta del buzón. Con una reacción impulsiva y un poco infantil la guardé en mi bolsa y la abrace a mi pecho con un aire que decía “es mía”.
Subí corriendo a mi nuevo apartamento y traté de hacerme espacio en una de las sillas, pero la caja que la ocupaba estaba demasiado pesada y tenía demasiada curiosidad. Me senté en el piso y leí:
Mi querido M,
¿O debería decir, querido extraño?
Estoy escribiendo porque eso es lo que hacemos tú y yo, nos escribimos. Te escribo incluso cuando sé perfectamente que nunca llegarás a leer esta carta; se que no lo harás porque no vas a recibirla.
No tengo las fuerzas para volver a caminar hacia aquel buzón una vez más, no después de conocer la verdad.
Me has robado las ganas de caminar, de respirar, de seguir. Incluso cuando no he hecho otra cosa que no sea repetirme que esto tiene que ser una maldita pesadilla, no sales un solo momento de mis pensamientos. Repito nuestra historia una y otra vez buscando las señales que no ví; tratando de entender en qué momento di una vuelta equivocada y acabe en este desastre ¿acaso fue desde el día en que nos conocimos? ¿lo recuerdas? ¿tenías planeado eso también?
Me siento perdida. Lo único que quiero es dejar todo atrás, pero aunque quisiera se que tendré que hablar en más de una ocasión con la policía.
Te odio con todo mi ser, con todo esto que al mismo tiempo siento que aún te pertenece, que quiere entregarse a ti otra vez y eso más que generarme tristeza, me aterra.
¿Siempre tuya? B
De pronto sentí que entendía porque había tenido ese arrebato por abrir el pequeño buzón, mi buzón. Los escritores buscamos inspiración en los rincones más ridículos de nuestras aburridas vidas pero algunos, los más suertudos, se topan con tesoros como este: Una verdadera y ajena historia de amor.
En mi vida personal estaba viviendo mi propia crisis amorosa, pero ningún engaño y ningún corazón roto me generaba aquel sentimiento que me invadió el odio extrañamente amoroso de la carta y sentía como me quemaban las ganas de conocer más de aquella historia.
Así que la búsqueda comienza.